divendres, 28 d’octubre del 2011




Se despertó mirando al techo, las vigas de madera oscura que lo cruzaba de parte a parte, le daban un aspecto muy acogedor a la estancia, siempre le había gustado. Tras un largo bostezo, giró la cabeza hacia su derecha y se quedó mirando las sábanas, vacías, y un poco mas allá, la puerta de la habitación entreabierta, dando lugar a un pasillo inundado de la luz de la mañana. Se incorporó despacio, y se levantó con dirección a una ventana que daba paso a un pequeño balcón. Subió despacio la persiana, y la luz de exterior lo cegó por unos instantes. Apartó la cortina y se quedó mirando al horizonte, mientras sus manos, apoyadas contra el cristal, dejaban un halo de vaho condensado en él. Salió al exterior y el frío de una mañana de octubre le abofeteó, despejando al instante su mente. Las plantas que decoraban el balcón lucían un verde esmeralda precioso a esas horas de la mañana, y a lo lejos, se veían las praderas que rodeaban el pequeño pueblecito de montaña extenderse hasta las faldas de las montañas, en las cuales se vislumbraban retazos de las primeras nieves. Aspiró hondo, congelándose la nariz en el intento y sonriendo de satisfacción. El viento traía esperanzas y deseos, y pese a la distancia, olía a espuma de mar.

Entró de nuevo, con una sonrisa puesta en los labios, y miles de sueños escondidos tras sus pasos. Salió al pasillo, y bajó despacio las escaleras, sin hacer ruido. Oyó el crepitar del fuego a lo lejos, y percibió, como si de una invitación se tratase, el aroma del café recién hecho y de croissants de mantequilla.

Se acerco con sigilo a la cocina, de donde procedía el olor, y vio la mesa del desayuno preparada par dos personas, en la cual había una humeante cafetera. Desde la puerta, pudo ver el limonero del jardín, y un poco mas lejos, la verja que lo rodeaba devorada por la madreselva, que en pocos días perdería sus hojas para dar la bienvenida al frío de las montañas. Recordó los tiempos en los que el limonero había sido solo un retoño, y la verja, desnuda y oxidada, daba una fría bienvenida a los visitantes.

Poco a poco, se acercó hasta el salón, de donde venía el crepitar del fuego, y entonces la vio. De espaldas a él, sentada en el sofá, leyendo algo y envuelta en una gruesa manta de colores de modo que solo se le veía el pelo, del color del fuego, sobresaliendo por encima. En su regazo, sostenía un álbum de fotografías, del cual iba pasando las hojas, deteniéndose en cada recuerdo, en cada detalle. A veces, con las yemas de sus dedos repasaba alguna de ellas, con lo que parecía, el esbozo de una sonrisa.

Se acercó un poco mas, y sonrió al ver las fotografías, le traían muy buenos recuerdos. Se situó justo a su espalda, y le dio un beso en la coronilla, tras lo cual, ella se movió dentro de la manta, retorciéndose como un caracol dentro de su concha, y llevando con cuidado el álbum de su regazo al sofá. Sus ojos estaban vidriosos, ligeramente húmedos, pero una sonrisa radiante de felicidad adornaba su carita. Un beso, otro, otro mas. Se separaron unos centímetros, no sin cierta reticencia.

  • Buenos días.... ¿Has dormido bien?
  • ¡Chi!
  • Huele muy bien eso que hay en la cocina- (sonrisa) - ¿Vamos a desayunar?
  • ¡Si! Pero antes.... (mirada traviesa)

Se les hizo tarde el desayuno. Las risas y los besos inundaron el salón hasta bien entrada la mañana.


Soñador.