diumenge, 31 d’octubre del 2010








El viento se había enamorado de ella, y mecía con delicada suavidad los pliegues de su vestido blanco, marcando con esmero las curvas de su figura. Su belleza no podía ser descrita, no habían palabras, se burlaba con desdén del paso del tiempo, así como de los corazones que cautivaba a cada paso, a cada suspiro, a cada susurro....

Le había costado parte de la noche encontrar el lugar, pero allí estaba, tan claro como las estrellas y la luna que iluminaban su camino. Gotas de sudor perlaban su frente, que bajo la mortecina luz asemejaban una delicada tiara de brillantes. La palidez de su piel contrastaba con la negrura de su pelo, rizado y espeso, como la hiedra que decoraba el paisaje. Y sus ojos.... sus ojos eran profundos pozos de oscuridad, de tristeza y melancolía, como los de aquellos que han visto mucho, quizá incluso demasiado.

Las ruinas venían siendo tales desde hace generaciones, y cubiertas por la maleza y la hiedra, no reflejaban los gloriosos tiempos que habían vivido. Tenía sus razones para estar allí, razones que nadie entendería, pero era necesario. Divisó una piedra lo suficientemente amplia para tumbarse y esbozó una media sonrisa en la cual solo había amargura. Era lo único que le quedaba.

Se subió a la piedra y se tumbó, cerrando los ojos, no sin antes dedicar una última mirada al firmamento. Iba a pasar sin verlo mucho tiempo. Se durmió. Soñó.

Dicen las historias que sigue allí tumbada, que los siglos languidecen solo de contemplarla. Dicen las historias que sigue allí esperando, que solo un amor de verdad podrá despertarla....


Soñador

dijous, 28 d’octubre del 2010


En el fondo de cada pecho hay un cofre lleno de pompas de jabón. Misteriosas, cada pompa encierra una palabra que, a su vez, significa un pequeño laberinto. Pocas, muy pocas veces, llegamos a encontrar si quiera la cerradura de este baúl de cintas de raso. Y, cuando lo hacemos, la mayoría de veces lo pasamos de largo sin verlo. Es un lugar mágico, que solo brilla cuando lo miramos con los ojos adecuados.

Solo por la noche, cuando nos metemos en la cama, el cofre se abre de par en par con la telaraña de morfeo enredándose detrás de nuestros ojos y un carnaval de confeti de ilusiones se esparce tras el telón de nuestra mente inquieta. Saltan mil pompas de colores y se estallan las palabras. Suena "Luz", aplaude "Suave", gruñe "Dormilón". Y se pintan cuadros con colores que no existen y se escriben poemas con diccionarios que se olvidan cuando abrimos los ojos. Poco a poco, cuando los sueños se van terminando y el duende que esparce los polvos de la letargia se cansa de caminar con zapatos de terciopelo amarillo por encima de los cabellos de los niños, las pompas de extravaganza se ponen en fila india y se ven absorbidas hasta lo más profundo de nuestros abismos. Despertamos, abrimos los ojos y bajamos los telones, y olvidamos cuanto hemos aprendido por la noche: A caminar sobre los imposibles, a reírnos de la oscuridad, a creer en lo increíble.

A veces, a lo largo del día, una pompa se escapa, traviesa, por una esquina del baúl que se ha roto de darse golpes mientras caminamos contra las paredes... Y, de pronto, frente a nuestos ojos explota una palabra: "¡Azahares!" y un aroma que no viene de ninguna parte nos recuerda alguna melodía insostenible que no sabemos de donde procede. En el fondo de nuestra alma, un murmullo de mil burbujas se ríe en infranqueable silencio. Son esos momentos inexplicables en que una sonrisa se esparce en nuestra boca y un terrón de azúcar se desprende sobre nuestras mejillas.

La pompa se aleja, subiendo hacia el cielo, sonriéndose sin que la veamos.

Primavera







¡¡Acercaos, acercaos.... acérquense.... niños y niñas, señoras y caballeros, la función está a punto de empezar....!!

Payasos de vívidos colores, colosales elefantes amaestrados, graciosos malabaristas y todo lo que un circo que se precie debe reunir, y en un rincón, apartada del ruido del resto de espectáculos, casi aislada de aquel mundo de ilusión, se colocaba, ligeramente ladeada y con la pintura descolorida, el teatro de marionetas.

Las marionetas danzaban, gráciles y coloridas, ora brincando por aquí, ora bailando por allá, deleitando la vista de todo aquel que tenía, mas bien que dedicaba, algunos minutos de su tiempo a observarlas. Los niños abrían los ojos, exclamaban, reían... los adultos, mas comedidos, disfrutaban en su interior de tan maravilloso espectáculo, no eran muy diferentes de los niños, al fin y al cabo, ¿quién no tiene un niño dentro?

Hacía horas que la última función había terminado, y el silencio se apoderaba de todo el recinto circense. Todo el mundo estaba durmiendo, nadie las molestaría. Y es que, al amparo de la noche, las marionetas despertaban para revivir una y otra vez las aventuras que habían protagonizado de manos de su titiritero....

Bienvenidos a los Cuadernos Delirantes....


Soñador