divendres, 28 de gener del 2011




Levantó sus ojos del lienzo donde dibujaba, había estado ensimismado en aquel trozo de tela desde hace mucho tiempo, tanto que ya no recordaba ni tan siquiera lo que iba a dibujar en un principio.

El salón estaba igual que cuando comenzó, pero una gruesa capa de polvo lo cubría todo. Miró al techo pensativo, donde media docena de arañas campaban a sus anchas, tejiendo y destejiendo como si de un juego se tratase. Se esforzó por recordar pero en su mente solo aparecieron retazos de lo que había estado haciendo.

Se levantó y la silla crujió, víctima del tiempo. Dio unos trastabillantes pasos en dirección a la ventana y contempló un jardín descuidado e invadido por la maleza. Aun así, todavía se podía ver la belleza en él, descuidada, si, pero seguía siendo un bello jardín. Sonrió para sí mismo, esta era una cosa de la que se encargaría luego, tal vez así recordase algo. Se giró, y avanzó de nuevo, esta vez hacia un espejo.

Sopló para quitar el polvo, y cuando este despejó un poco del ambiente miró. Se sorprendió de lo que vio reflejado. Detrás de una densa barba, seguían estando las mismas facciones que recordaba. Los mismos ojos. Igual de azules. Igual de fríos. O tal vez no tanto. Eso no lo podía asegurar.

Hizo un esfuerzo. Nada. Los mismos fragmentos, voces, una melodía, una voz femenina, una caricia. Vacío. Se cogió la cabeza entre las manos e intentó gritar, pero su boca estaba demasiado seca para emitir ningún sonido.

Cayó de rodillas. Permaneció así largo rato, hasta que decidió que así no iba a resolver nada, así que se alzó. De nuevo miro la estancia, en silencio, despacio, deteniéndose en todas y cada una de las cosas que allí había.

La mesa, su mesa. La temperas estaban esparcidas por todas partes, junto con pinceles, carboncillos, algodones, papeles arrugados.... Se acercó y tomó el lienzo. Estaba acabado, pero no tenía mucho sentido; unas formas se superponían a otras y la imagen estaba distorsionada. Fue a dejarlo de nuevo, pero algo llamó su atención, había algo por la otra cara. Lo giró, y entonces lo vio todo claro. Solo habían unos ojos dibujados, unos ojos de mujer, ambarinos, risueños en apariencia pero a la vez profundamente tristes. Se centró de nuevo en esa mirada, en donde la había visto antes, y empezó a recordar.


Soñador

dijous, 6 de gener del 2011




Las persianas estaban a medio bajar, y los últimos y perezosos rayos de luz de la tarde de un frío día de invierno se colaban en la estancia. Estaba triste. Triste y enfadada. En la chimenea, las brasas supervivientes de un fuego que había estado ardiendo no hace mucho, delimitaban someramente sus rizos, rojos como el ocaso. Él no estaba. Se había levantado sola. No había aparecido en todo el día.

Dio un sorbo, luego otro, y después dejó su taza de té en la mesita donde estaba la lámpara de cristales de colores, esa que habían comprado en las últimas vacaciones. Se enamoró de ella en un mercadillo de segunda mano paseando por las calles de Praga. Eso aún le hacia estar de peor humor. Se tapó con la manta y se dejó abstraer por el chisporroteo de las brasas.

Despertó con el tintineo de unas llaves en la puerta, no habrían pasado ni diez minutos. Una puerta abriéndose, una puerta cerrándose. El ruido de las llaves al dejarlas encima de la mesa. Silencio.

  • Menuda cara de morros, ¿no?
  • ….
  • Está bien, como quieras.

Se acercó al fuego y echó unos troncos, los cuales rápidamente dejaron entrever pequeñas llamas. Se dio la vuelta y la miró.

  • Supongo que te has dado cuenta de que llevo todo el día fuera, ¿estás enfadada por eso?
  • ….

Ella se incorporó ligeramente en el sofá, recuperando su taza de té. Él se sentó a su lado. El fuego de nuevo ardía con fuerza, iluminándolo todo. Sus rizos destellaban.

  • Tengo algo para ti....
  • ….
  • Bueno, si no lo quieres.... aunque he de decirte que me ha costado mucho de encontrar, de lo contrario hubiese vuelto antes.

Esbozó media sonrisa, mientras ella ladeaba ligeramente la cabeza en un intento de ver lo que escondía a su espalda. El fuego daba un extraño matiz a sus ojos azules, hacia tiempo que no brillaban así.

  • Bueno, pues como no te veo interesada, tendré que devolverlo....-sonrisa divertida.- Es una pena.
  • ….¿Qué es?
  • Da igual.
  • Vamos, dímelo.-se deshace de su manta y salta sobre él.- O te arrepentirás....
  • ¡Jajajaja....en tal caso, te lo diré! Es un sueño.
  • ¿Un sueño?
  • Si, eso mismo. Pero no solo es un sueño. Es un sueño envuelto con papel brillante de ilusiones, y adornado con cintas de deseos de colores.
  • ¿Y qué tipo de sueño es?
  • Eso lo tienes que decidir tu, es un sueño en blanco, como un lienzo, o como una partitura sin nada escrito. Tu pones la melodía, el paisaje, las aventuras.... Me ha costado mucho de encontrar, y aún más de envolver. Espero que te guste.

Una sonrisa. Resplandeciente como la mañana. Los dos se incorporaron de nuevo en el sofá.

  • Y.... ¿cómo se usa?
  • Solo lo tienes que abrir.

Lo cogió entre sus manos. La noche ya se les había echado encima. Con mucho cuidado, tiró de las cintas que conformaban un barroco nudo. Cedieron sin ninguna dificultad y se deslizaron sobre sus muñecas como si de la más suave seda se tratase. Empezó a quitar el papel, intentando no romperlo, y un aroma a magnolia inundo la habitación. Retiró por completo el papel. Inspiró hondo. Cerró los ojos, y soñó. 


Soñador

dilluns, 3 de gener del 2011




El hada llevaba mucho tiempo en aquella jaula de marfil. Ella misma la había ido construyendo con fragmentos de sueños de ágata, ilusiones doradas y polvo de esperanza. Era una prisión de fantasías hecha a medida y anidaba en el centro de una casa polvorienta y descuidada, con un único habitante además de ella. 

El hada había pasado un día volando por una de las ventanas y había acertado a ver, en medio de un salón devastado, a un joven que escribía con una pluma de pavo real en un pergamino de color plateado. Con tinta verde esmeralda, creaba un mundo inverosímil, plagado de sendas por caminar y aves de colores inexistentes. El hada, maravillada, se coló en aquel lugar derruido, atraída por aquel tesoro que se escondía en el interior.

Cuando el joven vio al hada posarse en el borde superior del pergamino, empequeñeció sus ojos azules. La figurita de mujer, vestida con unas telas de vapor de estrellas, inclinó el torso hacia adelante, mirándole con el rostro ladeado desde el fondo de sus ojos ambarinos. El hada no entendía muy bien, mirando sus recuerdos, porque había decidido quedarse con él. Quizá había pensado que a pesar de lo que denotaba una casa raída hasta las entrañas por el descuido y la apatía, aquello solo era un envoltorio. Quizá, había pensado que con sus alas, podría conseguir que el cuentacuentos abandonase las sombras y empezase a andar.

Ahora, tras años de haber ido poniendo hebra a hebra un tapiz engañoso y demasiado ajado, se daba cuenta de que el cuentacuentos había acabado por ignorar su presencia en la casa, buscándola solo cuando una pizca de soledad le salpicaba las manos, o cuando la inspiración llamaba sobre sus párpados. El hada sabía que solo era una muñequita, un pájaro exótico que vivía en una jaula en la misma casa que el joven cuentacuentos, pero nunca realmente había compartido nada más que aire con él.

Batió sus alas de cristal soplado, recorriendo una última vez aquel entorno adusto hasta encontrar, encerrado en sí mismo, como siempre, al cuentacuentos. Él levantó la mirada una vez más, mirándola sin verla realmente, y luego se envolvió otra vez en su mundo de tinta, olvidando que había algo más que lo que él creía que era real. El hada sintió una profunda pena por él, por no haber podido enseñarle que solo podemos empezar a ver cuando decidimos cerrar los ojos. Le dijo adiós, pero él no la escuchó. Abandonó a sus pies el corazón prendado y algunas ilusiones, por si algún día quería leer su alma antes de irse a la cama. Salió por el mismo agujero de ventana rota por el que entró una vez y se perdió como una estrella más en el horizonte purpúreo.

La esperanza es lo último que se pierde, sí. Pero a veces debemos de abandonarla para para no perdernos a nosotros mismos.

Primavera