dijous, 29 de setembre del 2011


El niño miraba su bonita mariposa. Porque ahora era suya. La había cazado y la había clavado a su panel, tras pintarla con fijador con mucho cuidado. Le habían fascinado los colores de las alas de la mariposa cuando volaba en el jardín, dejando que los destellos de sol hicieran guiños titilantes en los reversos de sus alas. El niño jamás había visto nada igual. Y quiso que se quedase con él para siempre. 
Por eso, después de observarla durante varios días, al final cazó a la mariposa y la metió en un tarro de vidrio. Al principio, mariposa aleteaba dentro del tarro, dándose golpes contra las paredes invisibles. Poco a poco se fue quedando en el suelo de vidrio, cada vez más quieta, hasta que murió.
El niño decidió que se la quedaría para siempre. La pondría en un marquito de madera, con un grueso cristal, y así, cada día vería sus hermosas alas. Cuando tuvo terminado el trabajo, lo colgó en su pared. Cada día la miraba durante horas. Pero a pesar de que era suya, de que ya nunca iba a escaparse, había algo que entristecía al niño. Ya no brillaba el sol en sus alas, ni dejaba saltar destellos con el aleteo mágico de su pequeño cuerpo.
El niño se dio cuenta de que al privarla de su libertad había condenado también su esencia, y, con ello, su magia. La mariposa ya jamás podría volver a volar.

El niño se echó a llorar.

Primavera

dissabte, 17 de setembre del 2011





La lluvia golpeaba el parabrisas del coche. Bastante suave, se oía la emisora de radio local; por lo que parecía el mal tiempo se iba a prolongar toda la semana.

-         -  No pasa nada, siempre me ha gustado la lluvia….

Cuando estaba contento hablaba solo, y esa noche estaba contento. Aparcó cerca de la estación y paró el motor. Al cabo de poco oyó el ruido del tren que se acercaba, sacó las llaves del contacto y abrió la puerta. El fresco de septiembre le golpeó la cara y le llenó los pulmones. Se arrebujó en su gabardina y se resguardó bajo el paraguas.

La estación era un edificio peculiar, las paredes alicatadas con azulejos de colores daban la bienvenida a los viajeros, y unos farolillos bastante barrocos iluminaban a aquellos que esperaban su tren. No había nadie más, el vigilante era un hombre mayor, y todos allí sabían que a partir de las doce se iba a casa a dormir.
Miró el reloj, y se sorprendió, era pronto. Salió al andén. El tren pasó de largo sin parar.

-         -  Bueno, va a tocar esperar….

Cuando se dirigía de nuevo hacia el interior de la estación, un ruido le hizo girar la cabeza. Una fugaz sombra se coló entre sus piernas y comenzó a frotarse con fruición. Un gato pardo y de mirada inquieta jugueteaba con las puntas de los cordones de sus zapatos. Se agachó, y le acarició detrás de las orejas, lo que desencadenó una oleada de ronroneos.

-        -  Te gusta, ¿eh? Siento no poder ofrecerte más que alguna caricia, no he traído nada para comer, amiguito.

El gato ya estaba panza arriba reclamando que le rascasen la tripa, cuando un ratón pasó como el viento por el andén, lo que provocó la inmediata persecución de este por el gato. Miró la escena entre divertido y sorprendido a partes iguales, se levantó y se sentó en un banco.  en un banco.vertido y sorprendido a partes iguales, se levanto a, cuando las lejanas campanadas del campanario del pueblo llam

La lluvia empezaba a remitir, y un silencio, solo roto por el tic-tac del reloj empezó a envolverlo todo. Siempre había sabido que este día llegaría, solo era cuestión de tiempo. Siempre había sido paciente, era un rasgo de su carácter. Un silbido en la distancia, salió de nuevo al andén. Mientras el tren se iba acercando, se dio cuenta de que sus manos temblaban. Las metió en los bolsillos. Había parado de llover.

El tren se detuvo con un pesado zumbido y las puertas se abrieron lentamente. Una maleta roja empezó a asomar por la puerta del último vagón. Tras la pieza de equipaje, estaba ella. Se quedó parada, mirándolo. Sus miradas colisionaron, el tiempo se paró, y el recordó el aroma de su pelo. Se cerraron las puertas, un silbido de nuevo. El tren se alejó despacio y se perdió en la distancia.

Se acercó a ella lentamente, sin dejar de mirarla. La luz de los faroles los iluminaba tenuemente, dándole a la escena un toque de irrealidad. Mientras avanzaba, metió la lengua entre los dientes y apretó, necesitaba asegurarse de que lo que estaba aconteciendo no era fruto de su imaginación. Se detuvo a escasos centímetros de ella.

Miradas fijas, los ojos azules de él se enfrentaban a los ojos ambarinos de ella. Abrió la boca, fue a decir algo, pero se le quebró la voz. Daba igual, en aquel momento, sobraban las palabras. Una lágrima resbaló por la mejilla de ella, dejando un surco húmedo sobre su delicada piel. Sacó una mano del bolsillo y recogió la lágrima, con cuidado, como si fuese una piedra preciosa. Ella cogió su mano, y se la besó, rozándola apenas. Balbuceó:

-          -Yo…. Esto….Bienvenida a casa….

Ella llevo un dedo a sus labios. Las miradas seguían fijas. Se acercaron. Él se notó los ojos húmedos. Los alientos de ambos fueron uno solo. En aquel momento, sobraban las palabras.


Soñador.