divendres, 4 de novembre del 2011





Érase una vez un país de ilusiones, de magia, de sueños y de cuentos. Un lugar donde el viento cabalga por las colinas verdes, arrastrando consigo risas y el aroma de despertar a tu lado. Un lugar donde la hierba es mullida y suave, y te invita a tumbarte a mirar pasar las nubes, y a saludarlas e inventar en su silueta las formas mas increíbles.

Si te acercas al riachuelo, bancos de peces de innumerables colores bailan al son de la música de las náyades, y en la orilla, al atardecer, los unicornios aparecen para beber y refrescarse, para después desaparecer en un suspiro, dejando tras de si el arco iris.

Por el bosque, paseamos, buscando sitios escondidos donde darnos un beso, ocultos de la vista de los caprichosos duendes, los cuales, si te descuidas, te roban los caramelos que llevas en los bolsillos. Y en la profundidad del bosque, recuerdo haber estado durante horas, a tu lado, escuchando los cuentos que el árbol anciano, ese que tiene mas de mil años, nos contaba en las noches de luna llena.

De camino a la ciudad, a mano derecha, al final de un agreste caminito, entre unos huertos de calabazas, vive un fabricante de cajitas de música. ¿Te acuerdas que compramos hace tiempo, la de la bailarina dentro? Hace tiempo que no le damos cuerda.... Y un poco más allá, hay un huerto de fresas, rojas, dulces, jugosas. Me encanta cuando te doy una y sonríes. Y luego me besas.

Siguiendo la línea de la costa, hay una cala escondida, tapizada de corales de vivos colores, desde la cual se ve, a lo lejos, el puerto, donde inmensos barcos corsarios dirigidos por bravos y valerosos capitanes, fondean para traer noticias y mercancías de mas allá del horizonte. Y si nos lanzamos al agua, y los peces danzan, pues jamás han visto sirena tan hermosa. Hasta que te saco del agua en brazos y riendo, y nos tumbamos a la sombra de las palmeras, esperando a ver al sol despedirse en un silencioso atardecer.

Creamos este lugar para los dos, para vivir en él, para perdernos en sus secretos y reencontrarnos en las esquinas del laberinto cubierto por la hiedra, disfrutando con cada paso, con cada respiración, sintiendo el roce del viento en las mejillas, mientras contemplamos las estrellas. Mirar al frente, y sentir que el mundo está a nuestros pies, que no hay nada que escape a nuestro alcance.

Yo, contigo. Tú, conmigo.

Te quiero. (felices 273 días ^_^)


Soñador.




divendres, 28 d’octubre del 2011




Se despertó mirando al techo, las vigas de madera oscura que lo cruzaba de parte a parte, le daban un aspecto muy acogedor a la estancia, siempre le había gustado. Tras un largo bostezo, giró la cabeza hacia su derecha y se quedó mirando las sábanas, vacías, y un poco mas allá, la puerta de la habitación entreabierta, dando lugar a un pasillo inundado de la luz de la mañana. Se incorporó despacio, y se levantó con dirección a una ventana que daba paso a un pequeño balcón. Subió despacio la persiana, y la luz de exterior lo cegó por unos instantes. Apartó la cortina y se quedó mirando al horizonte, mientras sus manos, apoyadas contra el cristal, dejaban un halo de vaho condensado en él. Salió al exterior y el frío de una mañana de octubre le abofeteó, despejando al instante su mente. Las plantas que decoraban el balcón lucían un verde esmeralda precioso a esas horas de la mañana, y a lo lejos, se veían las praderas que rodeaban el pequeño pueblecito de montaña extenderse hasta las faldas de las montañas, en las cuales se vislumbraban retazos de las primeras nieves. Aspiró hondo, congelándose la nariz en el intento y sonriendo de satisfacción. El viento traía esperanzas y deseos, y pese a la distancia, olía a espuma de mar.

Entró de nuevo, con una sonrisa puesta en los labios, y miles de sueños escondidos tras sus pasos. Salió al pasillo, y bajó despacio las escaleras, sin hacer ruido. Oyó el crepitar del fuego a lo lejos, y percibió, como si de una invitación se tratase, el aroma del café recién hecho y de croissants de mantequilla.

Se acerco con sigilo a la cocina, de donde procedía el olor, y vio la mesa del desayuno preparada par dos personas, en la cual había una humeante cafetera. Desde la puerta, pudo ver el limonero del jardín, y un poco mas lejos, la verja que lo rodeaba devorada por la madreselva, que en pocos días perdería sus hojas para dar la bienvenida al frío de las montañas. Recordó los tiempos en los que el limonero había sido solo un retoño, y la verja, desnuda y oxidada, daba una fría bienvenida a los visitantes.

Poco a poco, se acercó hasta el salón, de donde venía el crepitar del fuego, y entonces la vio. De espaldas a él, sentada en el sofá, leyendo algo y envuelta en una gruesa manta de colores de modo que solo se le veía el pelo, del color del fuego, sobresaliendo por encima. En su regazo, sostenía un álbum de fotografías, del cual iba pasando las hojas, deteniéndose en cada recuerdo, en cada detalle. A veces, con las yemas de sus dedos repasaba alguna de ellas, con lo que parecía, el esbozo de una sonrisa.

Se acercó un poco mas, y sonrió al ver las fotografías, le traían muy buenos recuerdos. Se situó justo a su espalda, y le dio un beso en la coronilla, tras lo cual, ella se movió dentro de la manta, retorciéndose como un caracol dentro de su concha, y llevando con cuidado el álbum de su regazo al sofá. Sus ojos estaban vidriosos, ligeramente húmedos, pero una sonrisa radiante de felicidad adornaba su carita. Un beso, otro, otro mas. Se separaron unos centímetros, no sin cierta reticencia.

  • Buenos días.... ¿Has dormido bien?
  • ¡Chi!
  • Huele muy bien eso que hay en la cocina- (sonrisa) - ¿Vamos a desayunar?
  • ¡Si! Pero antes.... (mirada traviesa)

Se les hizo tarde el desayuno. Las risas y los besos inundaron el salón hasta bien entrada la mañana.


Soñador.


dijous, 29 de setembre del 2011


El niño miraba su bonita mariposa. Porque ahora era suya. La había cazado y la había clavado a su panel, tras pintarla con fijador con mucho cuidado. Le habían fascinado los colores de las alas de la mariposa cuando volaba en el jardín, dejando que los destellos de sol hicieran guiños titilantes en los reversos de sus alas. El niño jamás había visto nada igual. Y quiso que se quedase con él para siempre. 
Por eso, después de observarla durante varios días, al final cazó a la mariposa y la metió en un tarro de vidrio. Al principio, mariposa aleteaba dentro del tarro, dándose golpes contra las paredes invisibles. Poco a poco se fue quedando en el suelo de vidrio, cada vez más quieta, hasta que murió.
El niño decidió que se la quedaría para siempre. La pondría en un marquito de madera, con un grueso cristal, y así, cada día vería sus hermosas alas. Cuando tuvo terminado el trabajo, lo colgó en su pared. Cada día la miraba durante horas. Pero a pesar de que era suya, de que ya nunca iba a escaparse, había algo que entristecía al niño. Ya no brillaba el sol en sus alas, ni dejaba saltar destellos con el aleteo mágico de su pequeño cuerpo.
El niño se dio cuenta de que al privarla de su libertad había condenado también su esencia, y, con ello, su magia. La mariposa ya jamás podría volver a volar.

El niño se echó a llorar.

Primavera

dissabte, 17 de setembre del 2011





La lluvia golpeaba el parabrisas del coche. Bastante suave, se oía la emisora de radio local; por lo que parecía el mal tiempo se iba a prolongar toda la semana.

-         -  No pasa nada, siempre me ha gustado la lluvia….

Cuando estaba contento hablaba solo, y esa noche estaba contento. Aparcó cerca de la estación y paró el motor. Al cabo de poco oyó el ruido del tren que se acercaba, sacó las llaves del contacto y abrió la puerta. El fresco de septiembre le golpeó la cara y le llenó los pulmones. Se arrebujó en su gabardina y se resguardó bajo el paraguas.

La estación era un edificio peculiar, las paredes alicatadas con azulejos de colores daban la bienvenida a los viajeros, y unos farolillos bastante barrocos iluminaban a aquellos que esperaban su tren. No había nadie más, el vigilante era un hombre mayor, y todos allí sabían que a partir de las doce se iba a casa a dormir.
Miró el reloj, y se sorprendió, era pronto. Salió al andén. El tren pasó de largo sin parar.

-         -  Bueno, va a tocar esperar….

Cuando se dirigía de nuevo hacia el interior de la estación, un ruido le hizo girar la cabeza. Una fugaz sombra se coló entre sus piernas y comenzó a frotarse con fruición. Un gato pardo y de mirada inquieta jugueteaba con las puntas de los cordones de sus zapatos. Se agachó, y le acarició detrás de las orejas, lo que desencadenó una oleada de ronroneos.

-        -  Te gusta, ¿eh? Siento no poder ofrecerte más que alguna caricia, no he traído nada para comer, amiguito.

El gato ya estaba panza arriba reclamando que le rascasen la tripa, cuando un ratón pasó como el viento por el andén, lo que provocó la inmediata persecución de este por el gato. Miró la escena entre divertido y sorprendido a partes iguales, se levantó y se sentó en un banco.  en un banco.vertido y sorprendido a partes iguales, se levanto a, cuando las lejanas campanadas del campanario del pueblo llam

La lluvia empezaba a remitir, y un silencio, solo roto por el tic-tac del reloj empezó a envolverlo todo. Siempre había sabido que este día llegaría, solo era cuestión de tiempo. Siempre había sido paciente, era un rasgo de su carácter. Un silbido en la distancia, salió de nuevo al andén. Mientras el tren se iba acercando, se dio cuenta de que sus manos temblaban. Las metió en los bolsillos. Había parado de llover.

El tren se detuvo con un pesado zumbido y las puertas se abrieron lentamente. Una maleta roja empezó a asomar por la puerta del último vagón. Tras la pieza de equipaje, estaba ella. Se quedó parada, mirándolo. Sus miradas colisionaron, el tiempo se paró, y el recordó el aroma de su pelo. Se cerraron las puertas, un silbido de nuevo. El tren se alejó despacio y se perdió en la distancia.

Se acercó a ella lentamente, sin dejar de mirarla. La luz de los faroles los iluminaba tenuemente, dándole a la escena un toque de irrealidad. Mientras avanzaba, metió la lengua entre los dientes y apretó, necesitaba asegurarse de que lo que estaba aconteciendo no era fruto de su imaginación. Se detuvo a escasos centímetros de ella.

Miradas fijas, los ojos azules de él se enfrentaban a los ojos ambarinos de ella. Abrió la boca, fue a decir algo, pero se le quebró la voz. Daba igual, en aquel momento, sobraban las palabras. Una lágrima resbaló por la mejilla de ella, dejando un surco húmedo sobre su delicada piel. Sacó una mano del bolsillo y recogió la lágrima, con cuidado, como si fuese una piedra preciosa. Ella cogió su mano, y se la besó, rozándola apenas. Balbuceó:

-          -Yo…. Esto….Bienvenida a casa….

Ella llevo un dedo a sus labios. Las miradas seguían fijas. Se acercaron. Él se notó los ojos húmedos. Los alientos de ambos fueron uno solo. En aquel momento, sobraban las palabras.


Soñador.

dissabte, 20 d’agost del 2011




A: Él estaba más colgado de ella, que ella de él.
B: Me he dado cuenta de ello.
A: ¿Ah si? ¿Y cómo  si puede saberse?
B: Pues porque ella intentaba irse y él no la dejaba.
A: Si, pero no es por eso por lo que te lo digo. No te has fijado en como la cogía, como si tuviese algo muy valioso y delicado entre los brazos.
B: Me he fijado en sus manos, llevaba guantes, pero no en como la sostenía.
A: Tú me cogías igual en primero, yo sabía que tú estabas enamorado de mí, aun cuando tú no lo sabías.
B: Y te has fijado en cómo te cojo ahora….
A: Igual que entonces….


Soñador.

dimecres, 27 de juliol del 2011





Sus pasos resonaban en el empedrado de los callejones del casco antiguo. La anaranjada luz de las farolas dibujaba tenuemente sus contornos en las paredes de las casas, ahora separados, ahora fundidos en uno solo. En el ambiente, la suave brisa acercaba un aroma fresco y familiar, mezcla de lavanda y de salitre, y a lo lejos, las bocinas de los barcos se unían a dúo con el tañido de las campanas de un campanario cercano.

Los angostos callejones estaban sembrados de balcones de los cuales se derramaban frondosas plantas, llegando estas casi hasta el suelo. Él se acercó a una de ellas, y cogió una de las muchas flores, regresando a su lado poco después. Ella lo esperaba, y ya tenía una sonrisa preparada como pago ante tal obsequio. Acercó sus manos a las de él, y recogió la flor, enganchándola  acto seguido con delicadeza en su cabello. Siguieron caminando hasta llegar a una pequeña plazoleta, donde una pequeña fuente les dio la bienvenida con el alegre sonido del agua. Se acercaron a ella y vieron su fondo tapizado de monedas, cada una de ellas portadora de un deseo, arrojadas por alguien tiempo atrás. Con una mirada de complicidad, cogieron una pequeña moneda, y tras un breve instante de reflexión, la lanzaron al fondo del agua, donde los deseos se cumplen. Iba avanzando la noche, y seguían paseando, no tenían prisa, ni preocupaciones, ni tan siquiera un destino fijo. Su voluntad era como el viento; voluble, cambiante….
Irían allá donde el viento de la noche los levase.

 En el puerto, el sonido de las bocinas había sido sustituido únicamente por la quietud de las olas. Siguieron la línea de la costa, y llegaron a un espigón. A lo lejos, sonó de nuevo, mucho mas débil, el tañido de las campanas que de forma regular, les informaba del paso de un tiempo, que a ellos les era ajeno.

Con una mirada pícara, ella cogió su mano y tiró de él hacia el espigón, adentrándose juntos en la negrura de la noche y del mar. Cuando llegaron al extremo, se quedaron mirando el cielo cuajado de estrellas, y él le señaló en el cielo cada una de las constelaciones que se veían. Se estaban mojando, pero ya nada importaba, ni el viento, ni las olas, ni las campanas de fondo, ni las constelaciones….

La rodeó con su brazo por la cintura y la atrajo hacia sí. Se miraron largo rato en silencio, como si intentasen, pese a la poca luz que había, memorizar cada una de las facetas del rostro del otro, como si en ese instante su vida fuese en ello.

Se acercaron lentamente y con los ojos brillantes. Sal en los labios. 


Soñador.




dilluns, 6 de juny del 2011




Final alternativo:

Y llegó un día en el que se cansó de esperar muestras de afecto, reconocimiento, o que se yo, de algo.
Y se fue.


Soñador.

dilluns, 14 de març del 2011




Rozó con la yema de los dedos una aterciopelada flor de almendro mientras pasaba a su lado, desviando ligeramente la mirada para ver como los pétalos, sueltos al contacto con su piel, se dejaban llevar por el viento. Su mirada se volvió a ensimismar en el lejano horizonte. Llevaba tiempo caminando, pero los duros adoquines del camino no habían hecho mella en sus pies, que descalzos, apenas rozaban el suelo.
Hubo un tiempo en que su corazón estaba hecho de ilusiones y de sueños, no obstante ya no era así. Su corazón ahora estaba hecho de trozos de cristal, de vidrieras rotas y de fragmentos de colores que había encontrado por el camino. Los recogía del suelo y los metía en su pecho, y allí intentaba conseguir aquello que hace mucho que había perdido. Había trozos que encajaban a la perfección, había otros que la herían y la hacían sangrar por dentro, otros simplemente caían de nuevo, y eran olvidados o sustituidos, o quien sabe si recogidos por otros viajeros.

Anochecía, pero no tenia sueño, soñaba despierta y el cansancio no dejaba ver ni un solo rastro en su cara. El rocío de la tarde se depositaba en su pelo, y las luciérnagas encendían sus farolillos para contemplarla al pasar. Se detuvo un segundo, y los recuerdos vinieron a su mente. Luchó por no mirar atrás y siguió su camino. Adelante, siempre adelante.

Ya estaba bien entrada la madrugada cuando una sombra a un lado del camino, unos cuantos metros por delante la sobresaltó, sacándola de sus ensoñaciones. No detuvo su paso hasta estar a su lado. Era una figura masculina sentada bajo un árbol en el margen del adoquinado. Abrió la boca para decir algo, y se dio cuenta de que sus cuerdas vocales estaban secas de no haber pronunciado palabra desde hacia tiempo, en su lugar, solo emitió un suspiro. La figura levantó la cabeza, y tras un largo rato se levantó.

Solo bastó una mirada. La figura, se metió la mano bajo la cazadora, a la altura del pecho, y la sacó, cerrada en un puño. Extendió el brazo hacia ella. En su mano había un colorido trozo de cristal. En su cara un sonrisa. En su mirada millones de sueños e ilusiones. 


Soñador.

dilluns, 14 de febrer del 2011



Ella permanecía muy quieta bajo las trémulas hojas de papel de colores que colgaban en forma de guirnaldas por el jardín. La gente se había ido hacía horas y ya el sol se estaba muriendo en ríos de carmín que fluían por un cielo cruzado de pinceladas moradas. Sobre sus dedos descalzos, que se curvaban sobre la hierba húmeda y la tierra fresca se paró una pequeña mariquita que recogió sus alas bajó el caparazón moteado. La observó pasearse con una senda de cosquillas arriba y abajo entre las montañas de su pie derecho y luego posarse delicadamente en el meñique.

Sabía que se había celebrado una fiesta, no estaba segura del porqué. Llevaba un vestido gris plata con un bordado en hilo blanco y hacía tiempo que había perdido los zapatos de tacón. Entre las mesas del jardín se habían esparcido las servilletas con margaritas dibujadas y se arrastraban como espíritus traviesos por el suelo, enganchándose en los columpios. Escuchó que alguien la llamaba desde el porche, le pareció que decían un nombre que ya no reconocía como propio. El mundo a su alrededor se le antojaba una farsa que conformaba un perfecto teatro para marionetas a escala en donde la gente se movía con unos hilos dorados que tiraban concisamente de sus articulaciones. Enfocó las pupilas hacia la silueta femenina que hablaba una decena de metros más allá y le pareció que sus movimientos eran grotescos, descaradamente artificiales. Se pasó la mano por el cuello y noto el cabello tirante, hilado en un recogido alto que no se había hecho ella, que ni siquiera había escogido ella. Tampoco había elegido el vestido, ni los zapatos que no sabía donde habían ido a parar, ni mucho menos la pesada bisutería que adornaba su cuello lánguido. Clavó las uñas desde la raíz del cabello hasta la nuca tratando de sentir el dolor, y lo único que consiguió fue romper de un tirón el pasador del collar que se desprendió y cayó entre sus piernas sobre la hierba. La mariquita, sobresaltada, salió volando y ella elevó la barbilla para seguirla con la mirada. Una gota de lluvia se estrelló contra su frente, y luego otra, hasta que decenas de gruesos lagrimones se fueron acumulando sobre su rostro y deslizándose por su cuello y sus hombros. Alguien gritaba un nombre, quizá el suyo. La marioneta de la puerta gesticulaba hacia el interior de la casa. Se puso en pie, sus dedos chapotearon en la hierba húmeda.

Empezó a caminar hacia la casa, como un autómata. La lluvia había corrido su maquillaje, y parecía un payaso triste, que se retiraba del escenario mientras un coro de risas quedaba como una cola a sus espaldas. La voz parecía apremiarla para que se resguardase del agua, sin embargo se sentía cómoda. La mariquita había vuelto, y se posó en su mano, justo al lado de una enorme sortija coronada con una perla. Se veía absurdamente irreal en su dedo anular, como un chiste malintencionado. Se la quitó, y la dejó caer en el suelo. Alguien gritó algo más fuerte. Miró, pero ya no veía a nadie. Protegió a la mariquita de la lluvia con la otra mano y se dio la vuelta, caminando en dirección contraria, hacia ninguna parte. Al otro lado de la valla del jardín se extendía la inquietante espesura de la nada. La mariquita se adelantó a sus pasos, volando fuera de los límites de la parcela. Ella se llevó una mano al cabello, quitando la aguja de plata que sujetaba el recogido y soltando su cabello pajizo, que no tardó en oscurecerse con las gotas. Abandonó la aguja sobre la verja de madera antes de atravesarla. Una sensación de pureza se acomodó en su pecho, y en vez de un peso la liberó como si le hubieran atado globos de helio de colores por los brazos.

No caminaba, volaba con alas invisibles. Y no era importante a donde iba, sino todo lo que dejaba atrás.

Primavera

divendres, 28 de gener del 2011




Levantó sus ojos del lienzo donde dibujaba, había estado ensimismado en aquel trozo de tela desde hace mucho tiempo, tanto que ya no recordaba ni tan siquiera lo que iba a dibujar en un principio.

El salón estaba igual que cuando comenzó, pero una gruesa capa de polvo lo cubría todo. Miró al techo pensativo, donde media docena de arañas campaban a sus anchas, tejiendo y destejiendo como si de un juego se tratase. Se esforzó por recordar pero en su mente solo aparecieron retazos de lo que había estado haciendo.

Se levantó y la silla crujió, víctima del tiempo. Dio unos trastabillantes pasos en dirección a la ventana y contempló un jardín descuidado e invadido por la maleza. Aun así, todavía se podía ver la belleza en él, descuidada, si, pero seguía siendo un bello jardín. Sonrió para sí mismo, esta era una cosa de la que se encargaría luego, tal vez así recordase algo. Se giró, y avanzó de nuevo, esta vez hacia un espejo.

Sopló para quitar el polvo, y cuando este despejó un poco del ambiente miró. Se sorprendió de lo que vio reflejado. Detrás de una densa barba, seguían estando las mismas facciones que recordaba. Los mismos ojos. Igual de azules. Igual de fríos. O tal vez no tanto. Eso no lo podía asegurar.

Hizo un esfuerzo. Nada. Los mismos fragmentos, voces, una melodía, una voz femenina, una caricia. Vacío. Se cogió la cabeza entre las manos e intentó gritar, pero su boca estaba demasiado seca para emitir ningún sonido.

Cayó de rodillas. Permaneció así largo rato, hasta que decidió que así no iba a resolver nada, así que se alzó. De nuevo miro la estancia, en silencio, despacio, deteniéndose en todas y cada una de las cosas que allí había.

La mesa, su mesa. La temperas estaban esparcidas por todas partes, junto con pinceles, carboncillos, algodones, papeles arrugados.... Se acercó y tomó el lienzo. Estaba acabado, pero no tenía mucho sentido; unas formas se superponían a otras y la imagen estaba distorsionada. Fue a dejarlo de nuevo, pero algo llamó su atención, había algo por la otra cara. Lo giró, y entonces lo vio todo claro. Solo habían unos ojos dibujados, unos ojos de mujer, ambarinos, risueños en apariencia pero a la vez profundamente tristes. Se centró de nuevo en esa mirada, en donde la había visto antes, y empezó a recordar.


Soñador

dijous, 6 de gener del 2011




Las persianas estaban a medio bajar, y los últimos y perezosos rayos de luz de la tarde de un frío día de invierno se colaban en la estancia. Estaba triste. Triste y enfadada. En la chimenea, las brasas supervivientes de un fuego que había estado ardiendo no hace mucho, delimitaban someramente sus rizos, rojos como el ocaso. Él no estaba. Se había levantado sola. No había aparecido en todo el día.

Dio un sorbo, luego otro, y después dejó su taza de té en la mesita donde estaba la lámpara de cristales de colores, esa que habían comprado en las últimas vacaciones. Se enamoró de ella en un mercadillo de segunda mano paseando por las calles de Praga. Eso aún le hacia estar de peor humor. Se tapó con la manta y se dejó abstraer por el chisporroteo de las brasas.

Despertó con el tintineo de unas llaves en la puerta, no habrían pasado ni diez minutos. Una puerta abriéndose, una puerta cerrándose. El ruido de las llaves al dejarlas encima de la mesa. Silencio.

  • Menuda cara de morros, ¿no?
  • ….
  • Está bien, como quieras.

Se acercó al fuego y echó unos troncos, los cuales rápidamente dejaron entrever pequeñas llamas. Se dio la vuelta y la miró.

  • Supongo que te has dado cuenta de que llevo todo el día fuera, ¿estás enfadada por eso?
  • ….

Ella se incorporó ligeramente en el sofá, recuperando su taza de té. Él se sentó a su lado. El fuego de nuevo ardía con fuerza, iluminándolo todo. Sus rizos destellaban.

  • Tengo algo para ti....
  • ….
  • Bueno, si no lo quieres.... aunque he de decirte que me ha costado mucho de encontrar, de lo contrario hubiese vuelto antes.

Esbozó media sonrisa, mientras ella ladeaba ligeramente la cabeza en un intento de ver lo que escondía a su espalda. El fuego daba un extraño matiz a sus ojos azules, hacia tiempo que no brillaban así.

  • Bueno, pues como no te veo interesada, tendré que devolverlo....-sonrisa divertida.- Es una pena.
  • ….¿Qué es?
  • Da igual.
  • Vamos, dímelo.-se deshace de su manta y salta sobre él.- O te arrepentirás....
  • ¡Jajajaja....en tal caso, te lo diré! Es un sueño.
  • ¿Un sueño?
  • Si, eso mismo. Pero no solo es un sueño. Es un sueño envuelto con papel brillante de ilusiones, y adornado con cintas de deseos de colores.
  • ¿Y qué tipo de sueño es?
  • Eso lo tienes que decidir tu, es un sueño en blanco, como un lienzo, o como una partitura sin nada escrito. Tu pones la melodía, el paisaje, las aventuras.... Me ha costado mucho de encontrar, y aún más de envolver. Espero que te guste.

Una sonrisa. Resplandeciente como la mañana. Los dos se incorporaron de nuevo en el sofá.

  • Y.... ¿cómo se usa?
  • Solo lo tienes que abrir.

Lo cogió entre sus manos. La noche ya se les había echado encima. Con mucho cuidado, tiró de las cintas que conformaban un barroco nudo. Cedieron sin ninguna dificultad y se deslizaron sobre sus muñecas como si de la más suave seda se tratase. Empezó a quitar el papel, intentando no romperlo, y un aroma a magnolia inundo la habitación. Retiró por completo el papel. Inspiró hondo. Cerró los ojos, y soñó. 


Soñador

dilluns, 3 de gener del 2011




El hada llevaba mucho tiempo en aquella jaula de marfil. Ella misma la había ido construyendo con fragmentos de sueños de ágata, ilusiones doradas y polvo de esperanza. Era una prisión de fantasías hecha a medida y anidaba en el centro de una casa polvorienta y descuidada, con un único habitante además de ella. 

El hada había pasado un día volando por una de las ventanas y había acertado a ver, en medio de un salón devastado, a un joven que escribía con una pluma de pavo real en un pergamino de color plateado. Con tinta verde esmeralda, creaba un mundo inverosímil, plagado de sendas por caminar y aves de colores inexistentes. El hada, maravillada, se coló en aquel lugar derruido, atraída por aquel tesoro que se escondía en el interior.

Cuando el joven vio al hada posarse en el borde superior del pergamino, empequeñeció sus ojos azules. La figurita de mujer, vestida con unas telas de vapor de estrellas, inclinó el torso hacia adelante, mirándole con el rostro ladeado desde el fondo de sus ojos ambarinos. El hada no entendía muy bien, mirando sus recuerdos, porque había decidido quedarse con él. Quizá había pensado que a pesar de lo que denotaba una casa raída hasta las entrañas por el descuido y la apatía, aquello solo era un envoltorio. Quizá, había pensado que con sus alas, podría conseguir que el cuentacuentos abandonase las sombras y empezase a andar.

Ahora, tras años de haber ido poniendo hebra a hebra un tapiz engañoso y demasiado ajado, se daba cuenta de que el cuentacuentos había acabado por ignorar su presencia en la casa, buscándola solo cuando una pizca de soledad le salpicaba las manos, o cuando la inspiración llamaba sobre sus párpados. El hada sabía que solo era una muñequita, un pájaro exótico que vivía en una jaula en la misma casa que el joven cuentacuentos, pero nunca realmente había compartido nada más que aire con él.

Batió sus alas de cristal soplado, recorriendo una última vez aquel entorno adusto hasta encontrar, encerrado en sí mismo, como siempre, al cuentacuentos. Él levantó la mirada una vez más, mirándola sin verla realmente, y luego se envolvió otra vez en su mundo de tinta, olvidando que había algo más que lo que él creía que era real. El hada sintió una profunda pena por él, por no haber podido enseñarle que solo podemos empezar a ver cuando decidimos cerrar los ojos. Le dijo adiós, pero él no la escuchó. Abandonó a sus pies el corazón prendado y algunas ilusiones, por si algún día quería leer su alma antes de irse a la cama. Salió por el mismo agujero de ventana rota por el que entró una vez y se perdió como una estrella más en el horizonte purpúreo.

La esperanza es lo último que se pierde, sí. Pero a veces debemos de abandonarla para para no perdernos a nosotros mismos.

Primavera