diumenge, 31 d’octubre del 2010








El viento se había enamorado de ella, y mecía con delicada suavidad los pliegues de su vestido blanco, marcando con esmero las curvas de su figura. Su belleza no podía ser descrita, no habían palabras, se burlaba con desdén del paso del tiempo, así como de los corazones que cautivaba a cada paso, a cada suspiro, a cada susurro....

Le había costado parte de la noche encontrar el lugar, pero allí estaba, tan claro como las estrellas y la luna que iluminaban su camino. Gotas de sudor perlaban su frente, que bajo la mortecina luz asemejaban una delicada tiara de brillantes. La palidez de su piel contrastaba con la negrura de su pelo, rizado y espeso, como la hiedra que decoraba el paisaje. Y sus ojos.... sus ojos eran profundos pozos de oscuridad, de tristeza y melancolía, como los de aquellos que han visto mucho, quizá incluso demasiado.

Las ruinas venían siendo tales desde hace generaciones, y cubiertas por la maleza y la hiedra, no reflejaban los gloriosos tiempos que habían vivido. Tenía sus razones para estar allí, razones que nadie entendería, pero era necesario. Divisó una piedra lo suficientemente amplia para tumbarse y esbozó una media sonrisa en la cual solo había amargura. Era lo único que le quedaba.

Se subió a la piedra y se tumbó, cerrando los ojos, no sin antes dedicar una última mirada al firmamento. Iba a pasar sin verlo mucho tiempo. Se durmió. Soñó.

Dicen las historias que sigue allí tumbada, que los siglos languidecen solo de contemplarla. Dicen las historias que sigue allí esperando, que solo un amor de verdad podrá despertarla....


Soñador

0 comentaris:

Publica un comentari a l'entrada