dimarts, 7 de desembre del 2010



Abrió los ojos. La sala estaba en penumbra. Había perdido por completo la noción del tiempo, podían haber pasado horas, o tal vez días.... pero ahora estaba seguro, el fin de todo aquello estaba cerca. Sobre las paredes, intrincados sigilos de extraña factura emitían una luminiscencia verdosa, mortecina, pero a la vez embriagadora, como si los leves destellos que de tanto en tanto emitían no fuesen mas que los pasos de una meditada coreografía, una función diseñada para un oscuro fin.

Tras las columnas que sostenían la bóveda de la sala, percibió una sombra. Llevaba ahí desde el principio, observando y esperando. Notó su inquietud creciente. También sabía que el fin de todo aquello estaba cerca y no se marcharía de allí sin su recompensa. Aquella sombra evocó sus mas oscuras pesadillas, sintió miedo, no obstante ya no había marcha atrás.

Bajó los ojos y se miró el cuerpo. La escarcha cubría su pecho, apenas iluminado, y unas oscuras venas palpitaban en sus brazos como serpientes retorciéndose bajo su piel. El ritual estaba casi completado. Recordó los motivos que lo habían llevado hasta allí, y una lágrima escapó de sus ojos. Sintió como la sombra se estremecía de placer. Una lágrima negra, hecha de hiel.

El mercader le prometió llevarse su alma. Fue una transacción rápida, tampoco pidió mucho a cambio. Era un día caluroso. La figura que lo acompañaba se frotaba las manos. Después llegaron a aquella sala y lo ataron a la silla en la que ahora se encontraba. Había mas gente en aquel momento. Ahora ya no. Solo la sombra. No se había movido del sitio.

Dejó de sentir el frío del lugar. Un dolor lacerante. Mas lágrimas. Los sigilos hacían vibrar el aire, y su piel se volvió seca. Dolor. Calor. Y de nuevo silencio. Todo quedo envuelto en una espesa oscuridad. Oyó su respiración, alguien se le acercaba. Unas aterciopeladas manos se pasearon por su pecho, dejando un rastro cálido, casi quemaba al tacto. Llegó un punto en que unas uñas arañaron su cuello. Aspiró su perfume, estaba muy cerca, sus labios rozaban su mejilla y susurraron en una lengua que los mortales no se atreven a pronunciar. Se separo de él un instante, y acto seguido lo besó.

Sintió escapar su vida, cada uno de los minutos que le quedaban de aquella miserable vida escaparon en aquel beso, traccionados por una fuerza superior a la de su voluntad. El dolor se intensificó, sentía miles de alfileres perforando su pecho, desgarrándolo y cuando ya se creía muerto, paró. Abrió los ojos. La luz anegaba la sala. No lograba enfocar su mirada, así que se tumbó de nuevo y los cerró. Todo había terminado. Vivía.

Un susurro. Unas palabras.

-Espero que hayas pedido algo valioso a cambio....

Una risa jovial. Pasos que se alejan.
Una sonrisa torcida.

Seguía vivo, nada más importaba ahora. Había cambiado su alma por un puñado de cristales rotos. 


Soñador

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