dimarts, 9 de novembre del 2010





 


La brisa estaba llena de vilanos de diente, que ingrávidos, se dejaban mecer, por un viento que traía consigo aroma de jazmín, azahar, y de innumerables flores que harían las delicias de cualquier maestro perfumista. Hacia el horizonte, perezosos rayos de un sol moribundo coronaban unas colinas entre las cuales se escondía una pequeña aldea, en la cual en este momento unas viejas y gastadas campanas tañían, indicando a sus habitantes la hora, o incluso algún acontecimiento mas relevante.

Aquel lugar siempre lo atraía, siempre que estaba triste, abatido, pensativo, o simplemente no tenia ganas de hablar con nadie iba allí. Debajo del sauce llorón. Mas bien dentro de él, pues sus ramas caían como versos derramados por las musas, cubriendo con una cúpula verde el firmamento. Cuantas veces había llorado, gritado, odiado, amado; cuantas veces había caído exhausto y rendido bajo sus ramas; cuantas veces más lo haría....

Hoy no era ningún día especial, un día como cualquier otro, es más era un día absolutamente normal, pero lo necesitaba. Había acudido allí impulsado por alguna extraña fuerza, había apartado las hojas a un lado, impregnando sus manos con el aroma del árbol, y se había sentado entre sus nudosas raíces, expertas en contemplar el paso de los años, con la mirada y el pensamiento perdidos en un mar de dudas. No era la primera vez que le pasaba, no sería la última, y ciertamente, entre los constantes oleajes de su mente, había llegado a un punto en el que se sentía como mínimo, a gusto.

Se había hecho tarde, contemplar el infinito abstrae mucho mas de lo que pensaba. Se levantó, consciente que en último caso, él sería el único con capacidad para salvarse de sí mismo. Volvería. Tarde o temprano. Al fin y al cabo, aquel era el lugar ideal para soñar despierto, y él, era un soñador. 


Soñador

0 comentaris:

Publica un comentari a l'entrada