La señorita Caramelo

dimarts, 16 de novembre del 2010



La señorita Caramelo era peculiar y pizpireta. No contaba con dieciocho años todavía y hacia escasos meses que se había casado. Su marido solía estar de viaje, y la luna de miel todavía no había tenido lugar. Era una niña con un juguete nuevo, una enorme casa de muñecas a tamaño realista, con ama de llaves con uniforme, cocinera y servicio, todas a su mando y ordeno, y una cuenta corriente que le concedía cualquier antojo.

La señorita Caramelo era el capricho de un hombre de negocios que ya había cumplido los treinta y que tenía un mechón de cabello blanco mezclado entre el brillante color caoba de su melena engominada. Se habían casado en una capilla pequeña que había reventado de invitados y de violetas enredadas en los pilares, en los bancos de madera barnizada y en el altar del pastor que había oficiado el compromiso. La madre de Caramelo había llorado horrores en un pañuelo de seda bordada al ver a su niña dentro de un vestido blanco y el pelo color avellana peinado en pulcros tirabuzones salpicado de pequeñas flores de brillantes. Caramelo había llegado a la iglesia media hora antes de la boda después de despistarse en un café con un viajero que había perdido su tren. La habían tenido que arreglar a una velocidad de rayo mientras ella jugaba ajena a las estilistas con un rompecabezas de madera entre los dedos largos y finos, que ya lucían desde hacía dos meses una ostentosa sortija de compromiso. Había asistido a su boda como si fuera un baile de disfraces, y había dado el si quiero con dificultad, ya que llevaba un caramelo de violeta en la boca de color cerezo.

Caramelo hablaba muy bien de su recién estrenado marido. Decía que James estaba siempre de viaje, decía que era un hombre amable que no se quejaba nunca y que no gritaba jamás. James le compraba vestidos que llegaban con mozos de las tiendas en cajas de colores brillantes con lazos de raso, porque él no estaba en casa para llevárselos. James la había dejado como señora de la casa. Casa que el enamorado empresario había mandado construir tal y como su esposa había pedido desde el momento en que el padre de ella le entregó su mano. En el centro de Londres en una zona residencial había comprado media manzana para poder construir una casa con jardín, porque Caramelo quería que la casa tuviera jardín, ¿Dónde sino iba a poder poner a Bob, el enorme dogo castaño que la seguía como un caballo domesticado a todas partes? Y la casa tenía un jardín interno, y un invernadero con una bóveda acristalada de vidrieras que translucían de mil colores del arcoiris cuando florecía el sol. Caramelo se reía mucho si alguien comía con ella en el invernadero porque la gente solía asustarse al ver aparecer a Boppy entre las hojas de las plantas tropicales. Boppy era su camaleón.

Caramelo no solía llevar dama de compañía cuando salía con sus botines acordonados a dar un paseo por la metrópolis, y llevaba los bolsillos llenos de unos caramelos envueltos en papeles dorados y cenefas negras que tenían una cobertura de azúcar nacarado y un interior de púrpura brillante. Llevaba un paraguas verde esmeralda con un mango de caoba lacada y un cuaderno con una pluma de plata y perlas que le había regalado su marido. Caramelo se paraba en las esquinas donde vendían flores y compraba ramos enteros que iba regalando flor a flor a la gente que veía triste, y cargaba su bolso con castañas calientes cuando empezaba a soplar el frío. Le gustaba pasarse horas en la estación de tren imaginando historias para los ajetreados viajeros y parar su reloj de bolsillo con toda la intención para poder volver saltando charcos sin preocuparse de si llegaba tarde o no a casa para el baño que le había preparado Rose Mary, su dama de cámara.

Caramelo tenía nombre, pero alguien empezó a llamarla así por su costumbre de llevar los bolsillos llenos de caramelos y su afición a las confituras. La única persona que la llamaba por su nombre era su marido y la mayoría de las veces ella seguía divagando en su mundo de las maravillas particular, etérea, como una compañía intangible, una nube de perfume dulce que dejaba una marea de desastre y risa por allí donde pasaba. 

Primavera

0 comentaris:

Publica un comentari a l'entrada